Juan el Bautista


EL BAUTISTA
Los primeros en practicar el bautismo fueron los sacerdotes egipcios de la diosa Isis. Las ceremonias bautismales, aunque realizadas en nombre de diferentes deidades, eran todas similares. El mismo rito celebrado en Egipto para la diosa Isis se repetía en Frigia para Atis, en Babilonia para el dios Marduk, en Grecia para Dioniso y Deméter y en Persia para el dios Mitra. Sin embargo, la ablución con fines expiatorios y depurativos se practica en muchas religiones, especialmente en los ritos de iniciación.
En las sectas que practicaban cultos mistéricos, uno se hacía miembro a través de un rito que los griegos llamaban "bautismo" del término βαπτίζω ("baptìzo"), o "yo sumerjo". Veamos lo que dice el evangelio:
"En aquellos días apareció Juan el Bautista para predicar en el desierto de Judea, diciendo: "¡Arrepentíos, porque el reino de los cielos está cerca!" (Mt 3,1-2). El que viene del desierto, como hemos dicho en otra parte, es un anacoreta, un profeta, un nazir, uno de los muchos que se habían unido a las sectas judías que estaban a contracorriente, es decir, contra los romanos, como los esenios por nombrar a los más famoso de esa época. El nombre Juan significa "Dios da gracia". Battista significa literalmente "el que te sumerge", es decir, alguien que sumergió a las personas en las aguas del río Jordán para bautizarlas. El bautismo era un rito practicado desde la antigüedad, signo de renacimiento: sumergirse en el agua significaba entrar en la muerte (se muere bajo el agua, no se respira), reconocerse mortal, sometido a la dura ley de la muerte por la propia pecaminosidad o limite.
Por lo tanto, simbolicamente el bautismo significa: morir al pasado y surgir a una nueva vida (entrar en el agua y volver a salir con vida).

Por tanto, he aquí, la atraeré hacia mí,
La llevaré al desierto
y hablaré a su corazón.
(Oseas 2.14)
Célebre verso bíblico que plantea la soledad del desierto como lugar de encuentro entre el hombre reducido a la nada y la Totalidad de la divinidad que se le revela como el Todo. Para Israel como para los antiguos monjes, el desierto es el paradigma entre la vida y la muerte, un lugar lleno de significados. Recordando la huida de Egipto se trata del lugar del ya y del todavía no: ya fuera de la esclavitud y aún no en libertad. Es el lugar del caminar y de la duda, de la escucha y de la rebelión, de la confianza y del pecado. Es también el lugar de la intimidad con Dios, el tiempo del compromiso, la promesa de un renacimiento del antiguo amor entre Dios y su pueblo. Todos nos regeneramos en la soledad cuando tocamos fondo. El Bautista sale de este desierto de Judea. En esta zona se había asentado la comunidad de Qumrán, los esenios, a la que quizás había pertenecido Juan el bautista, por eso Mateo lo identifica con una de las enésimas profecías:
Es aquel que fue anunciado por el profeta Isaías cuando dijo:
Voz del que clama en el desierto:
Preparad el camino del Señor,
endereza sus caminos! (Mt 3,3)
La voz de la conciencia se escucha verdaderamente sólo en el silencio y la soledad del corazón, nuestro gran desierto interior.

EL ECO DE LA PALABRA
Es aquel que fue anunciado por el profeta Isaías cuando dijo:
Voz del que clama en el desierto:
Preparad el camino del Señor,
endereza sus caminos!
(Mt 3,3)
Si empezamos a hacer espacio en nuestros corazones y mentes, se creará un vacío y ahí empezaremos a escuchar el eco de la palabra, la voz de la conciencia que viene de nuestro desierto interior.
Juan no da la vida, pero como todos los profetas nos ayuda a reconocer la muerte para escapar de ella. Es la voz de alguien que clama en el desierto, es el dedo apuntando a la luna, es un precursor. Esta preparación para el regreso era un pensamiento presente en su mentalidad y se refería al regreso a Jerusalén de la comunidad exiliada en Babilonia, en el año 583 a.C. Juan, por tanto, anuncia un regreso del exilio a la tierra prometida. A nivel espiritual es prepararse para un camino interior. Hay que enderezarnos porque hemos perdido u poco la dirección de la vida. 
Luego está la descripción del Bautista:
“Juan vestía de pelo de camello y un cinturón de cuero alrededor de sus caderas; su comida era langostas y miel silvestre” (Mt 3, 4), el vestido y el cinturón hacen referencia a Elías, considerado el padre de los profetas. El cinturón también indica que está listo para el éxodo (Ex 12,11 cf. Lc 12,35). Según la ley mosaica, el saltamontes era un insecto comestible (Lv 11,22). También fue llamado "ofiomaco", es decir, que lucha contra la serpiente, los comentaristas judíos lo consideraban un símbolo de la Palabra de Dios victoriosa sobre la mentira de la serpiente que excluía al hombre de la vida. Incluso la miel recuerda la Palabra, más dulce que la miel en el paladar (Sal 19,11 119,103). Juan es el hombre nuevo, un profeta revestido de Cristo, que se alimenta de la Palabra.


INICIACIÓN
El bautismo no es una meta, no es agua bendita que te purifica y ya estás listo, esto es superstición (un poco en lo que se ha convertido el bautismo para muchos católicos: una recurrencia, una tradición vacía, solo piensa en el regalito y el padrino que hace una sola aparición en la iglesia ese día y luego todos sus deberes de conducción terminan allí, se desaparece). Todo lo contrario: es el primer paso, es una conciencia de querer emprender un camino de vida diferente, a contracorriente, se llama conversión, converger significa dar la vuelta, revolución, volverse hacia otro lado, en sentido contrario a la masa, no seguir a la multitud. “Así que acudían a él desde Jerusalén, de toda Judea y de la región del Jordán, y confesando sus pecados, eran bautizados por él en el río Jordán” (Mt 3, 5-6). La confesión era pública y genérica (no eran confesiones de nuestros pecadillos ocultos y estúpidos, sino de us faltas publicas que finges no saber cuando todos lo saben), un reconocimiento de un error, una petición de disculpas publica. Por tanto, no se trata de confesar pecados de carácter, defectos de temperamento, sino de actitudes morales y sociales que determinan la forma de vida de una persona, por eso el bautista inmediatamente señala con el dedo a los falsos arrepentidos: "Sin embargo, viendo llegar muchos fariseos y saduceos en su bautismo, les dijo: ¡Generación de víboras! ¿Quién os incitó a escapar de la ira inminente? Así que dad frutos dignos de arrepentimiento, y no penséis que podéis deciros a vosotros mismos: Tenemos a Abraham por padre. Os digo que Dios puede hacer surgir hijos de Abraham de estas piedras» (Mt 3, 7-9). En estas líneas podemos leer en filigrana el juego entre las palabras hebreas abanim/banim piedras/hijos. Todo es posible para Dios: criar hijos de las piedras, es decir, puede cambiar nuestro corazón de piedra en un corazón de niños puros (Ez 36,26). Pero el arrepentimiento debe ir seguido del ejemplo, del cambio de vida, de las buenas obras, de la conversión, cosas que los fariseos, los saduceos o, como diríamos hoy, los cristianos no practicantes, no demuestran en absoluto. El bautismo no se hace para formar parte de un grupo o religión, sino para empezar a participar en la propia vida de manera consciente. De nada te sirve el agua bendita si continuas a vivir como un diablo. Pero, ¿qué conciencia puede tener un recién nacido? ¿Te das cuenta de lo efímero e inútil que hoy el bautismo se ha convertido sólo en un trámite burocrático y una reunión  que justifica una pequeña fiesta donde los regalos, la comida y el entretenimiento importan más que el sacramento?

UN NUEVO BAUTISMO
El bautismo en agua era un rito antiguo, un símbolo (el agua es fuente de vida, sumergirse en ella como en el líquido amniótico para renacer, pero también fuente de muerte porque no podemos respirar bajo el agua y debemos resucitar). Pero Jesús, como veremos, desmanteló todos los ritos antiguos, los completó, los hizo cobrar vida, con formas nuevas, ¿por qué entonces se siguen practicando bautismos con liturgias antiguas aferradas sólo a símbolos vacíos y sin vida? El Bautista ya lo había predicho: “Yo os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene detrás de mí es más poderoso que yo y ni siquiera soy digno de calzarle sus sandalias; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” ( Mt 3,11) De hecho también en el Nuevo Testamento está el testimonio de este bautismo en el espíritu (Pentecostés), las lenguas de fuego: es la conciencia (lenguas es símbolo de palabra por lo tanto entendimiento, conocimiento profundo, fuego es calor, luz, transformación por lo tanto amor). El bautismo de Jesús es una vida hecha de profunda conciencia y una vida coherente con lo que se piensa. Juan lo deja claro con una metáfora muy precisa: "Ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles: todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego... Su aventador está en su mano, y limpiará su era, y recogerá su trigo en su granero, pero la paja la quemará en un fuego inextinguible". (Mt3,10-12)
El fuego es el amor que debemos despertar dentro de nosotros, ese amor quemará todo lo que es inútil y dañino en nosotros. La cosecha es un concepto apocalíptico que se repite con frecuencia en el Antiguo y Nuevo Testamento. ¿Qué quemará? La paja (nuestra superficialidad), es decir, esa parte del trigo que no sirve, y la cizaña (nuestra ignorancia), que no es trigo. El amor es el nuevo bautismo, una verdadera vida vivida en el amor, no hace falta nada más.


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